Ventaja porque puedo sorprenderme fácilmente ante lo que propone la cinta, y desventaja porque no sé a ciencia cierta con qué me voy a encontrar. A veces hay finales felices y otros no tan felices, pero, para mí, allí está la aventura.
En esa situación de expectativa me encontré conPiedra, papel o tijera, el segundo largometraje del cineasta venezolano Hernán Jabes.
Por el título podríamos pensar que es una película familiar, relacionada con juegos infantiles, pero no. Está lejos de ser así. Sobre todo por la dureza de su final.
Jabes nos presenta un drama que, como ya es costumbre en el cine venezolano, abarca el problema de la inseguridad y la pobreza; pero esta vez lo matiza con un escalafón de la sociedad que pocas veces tiene protagonismo en las historias que nuestros cineastas quieren contar. Sí, hay malandros, tiros y groserías, pero eso nunca debe sorprendernos cuando estamos frente a una representación de la realidad.
Antes de ir a trabajar, un piloto comercial (Leónidas Urbina) lleva a su hijo al colegio, pero el pequeño se da cuenta de que falta una parte importante del trabajo que debe entregarle ese día a su maestra.
El piloto, sin más opción después de perder en el “piedra, papel o tijera”, debe devolverse a la casa y al llegar ve a su esposa montarse en un carro desconocido.
El pensamiento del piloto es evidente: infidelidad. Pero aunque todo comienza por allí, el filme es completamente impredecible, exactamente igual al juego que le da nombre.
Jabes juega a su antojo con el espectador, desarrollando la historia lentamente, y con planos ingeniosos, hasta llegar al punto de resolución en donde el juego incluye pistolas.
El guión, escrito por Jabes e Irina Dendiouk, inicia con paralelismos entre la vida de una joven y enamorada pareja que vive en un barrio caraqueño, y la pareja de casados, con un niño de 7 años, que se sumerge en la rutina; luego da paso al desenlace trágico de sus protagonistas, producto del azar, de estar en el lugar incorrecto.
Las actuaciones están a la altura. La colombiana Gloria Montoya construye un personaje cansado del día a día y en momentos de sufrimiento logra llevarlo a un buen punto.
Leónidas Urbina, sin duda, sobresale. La culpabilidad, la impotencia y la preocupación fueron expresiones clave en su desempeño del actor que participó en Macuro (2007), de Jabes, y Cyrano (2008) de Alberto Arvelo. Mientras, el pequeño Iván González, de 10 años, siempre tuvo a su favor la inocencia que caracteriza a los niños, al igual que la facilidad de hacer amigos incluso en la situación más difícil.
Jabes es bueno. Macuro lo asomó y Piedra, papel o tijera lo confirmó. Su madurez fílmica es innegable y su visión de la sociedad seguramente no pasará inadvertida para cada uno de los espectadores que se acerquen a sus películas.
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